¡Pobres ateos!


Un columnista de un diario español, que resalta todo lo que sea anti-institucional y anticatólico, escribió el pasado Viernes Santo: “Jesús no murió por mí… Jesús fue asesinado porque no quiso abjurar de cosas en las que creía. Sus seguidores pasados y presentes dicen -muy su derecho- que el propósito de su martirio fue salvar a la humanidad de sus pecados y que todos debemos cargar con la culpa de esa crucifixión… Ustedes disculpen, yo no soy un producto de ningún pecado original, Jesús no me ha salvado de nada y no tengo la menor responsabilidad por su muerte ni culpa alguna que expiar en estos días”.

¡Pobre ateo! Prescindir de Jesús no es libertad, sino una soledad y un engreimiento semejante al de Adán; pretendió ser como Dios, conocedor absoluto del bien y del mal, de la verdad y de la mentira; pero perdió el paraíso y se quedó desnudo.

En autobuses urbanos de unas ciudades europeas, aparece este slogan: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. ¡Qué limitado concepto tienen de Dios! ¡Como si fuera un enemigo del ser humano y una amenaza para nuestra felicidad! ¡No lo conocen! Si lo conocieran de verdad, lo aceptarían agradecidos de corazón, pues sólo El nos hace libres; sólo El nos enseña el verdadero camino del bien y de la felicidad. Sin El, caemos, tarde o temprano, en la esclavitud del pecado, en angustia y desesperación. Sin El, no tienen sentido la vida, el dolor y la muerte. ¡Pobres ateos!

Para los creyentes, Cristo resucitado es fuente de luz y esperanza, de certeza y seguridad. Esta fe es mi convicción más profunda. Es lo que decía a una amiga, que ocupó altos cargos en el gobierno y en la política, cuando me cuestionaba qué haría si, al morir, me diera cuenta de que el cristianismo es una fábula. Le respondía que nuestra fe no es un cuento, sino que tiene sólidas bases históricas, filosóficas, bíblicas, teológicas, antropológicas, experienciales. Sin embargo, si al morir yo advirtiera que es mentira, agradecería a quien la inventó, pues me ha hecho muy feliz, me ha ayudado a encontrarle sentido a toda mi vida. Obviamente no es quimera el objeto de nuestra fe, sino una experiencia tan honda, que por ella millones han dado su vida, y la seguimos dando hoy.

Tomado de: Aciprensa

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